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Páginas Amarillas


Samanta levanta el teléfono y comienza a girar el disco con el dedo medio. Son las 3:34 de la mañana y se ve realmente cansada. Mientras el tono de espera suena en la bocina, ella alcanza a encender un cigarrillo y darle una gran aspirada. A pesar de que su apariencia diga lo contrario, se siente realmente bien.

- ¿Aló?

- Sí, hola, ¿habla Victoria Ramírez?

-¿Quién le busca? ¿Sabe qué hora es?

-Sí, son las 3:34. Habla Samanta Holmes. Ahora ¿Puedo hablar con ella?
Como es de esperarse, el silencio se hace del otro lado de la línea. Samanta le da otra fumada a su cigarrillo y saca el humo por la nariz. Lleva ya 9 cajetillas, un récord personal.

-Sí, diga.

-Hola, señora Ramírez. Habla Samanta Holmes.

-¿Qué Samanta Holmes? ¿De dónde la conozco?

-No, usted no me conoce. Pero tengo un par de cosas qué decirle.

-¿Me tomas el pelo?

-No, para nada. Verá, me voy a morir.

-Suena usted como una mujer madura, señora Holmes. ¿Bromitas a su edad?

-No, le aseguro que no se trata de una broma. Cáncer de estómago, dijo el médico. Seis meses me quedan. Seis, nomás.

-¿Cómo?

-Pues eso, cáncer. En el estómago. Seis meses y me muero. Muero en Agosto, vaya mes para morirse, un calor sofocante y la gente no puede hacer más que aguantar mientras lo entierran a uno. Una pena, de verdad.

-No entiendo de qué va esto…

-No se preocupe, creo que es normal sentirse así.

-¿Confundida, dice?

-Sí. No todos los días llama una mujer a las… 3:36 de la mañana para decir que se muere en seis meses.

-Eso sí. Como de película.
-Más o menos. Lo que sí es como de película es el asesinato que planeo.

-¿Cómo dice?

-Sí, verá. Mi esposo me engaña con otra. Es obvio que no puedo decirle que voy a morir, porque el muy desgraciado lo tomaría como la excusa perfecta para abandonarme.

-¿Entonces piensa matarlo antes de que la abandone?

-No, no, pienso matarlo después de que yo ya haya muerto. ¿Se puede considerar asesinato si el que planeó el homicidio ya no vive?

-Pues, supongo que sí.

-Bueno, entonces así pienso que sea. He estado poniendo anticongelante en su café. Muy poquito, para que se muera lento, el muy cínico.

La Señora Ramírez deja escapar lo que parece ser un suspiro larguísimo. Samanta aprovecha el momento y aspira lo que queda de su cigarrillo. Antes de exhalar el humo, enciende otro.

-¿Por qué me dice todo esto, señora Holmes?

-Porque no sé si es usted con quien me engaña el desgraciado. Antes de que diga algo, escuche. Si es usted, no me interesa. Lo único que quiero es que cuando el muera, usted sepa que fui yo quien lo mató. Que sí cobré mi venganza. Que al menos usted sepa que no me fui de este mundo como una imbécil.

-Yo soy casada, señora Holmes – Dice Victoria en voz baja.

-Eso no tiene importancia. Una deja de amar y ya. Eso sí, si algún día deja de querer a su esposo, dígaselo. No le vea la cara. Puede terminar muerta.

-No se preocupe, señora Holmes. Todo bien acá.

-Bueno, la dejo descansar. Y ya sabe, a mí no me vieron la cara. Aunque el mundo diga otra cosa, usted sabe que no.

-Lo sé, señora Holmes, lo sé. Realmente estoy cansada…

-Ah, claro. Ya, vaya a dormir. Gracias por su paciencia, es usted una buena mujer.

El tono de desconectado le saca una sonrisa a Samanta. A pesar de todo, se siente bien. De verdad se siente bien. Aplasta la mitad del cigarrillo que le queda en un cenicero atascado y enciende otro. Tacha a Victoria Ramírez de las páginas amarillas y lee el nombre que aparece justo debajo. “Ramírez Vilma” masculla. Levanta la bocina y hace girar el disco con su dedo medio. Aún le falta más de media ciudad.

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